Ayer se comenzó a derribar uno de los edificios más arraigados en la historia de Castro Urdiales, sin duda un día triste para todos los castreños que siempre guardarán algún recuerdo de el famoso hotel.
Sintiéndonos nostálgicos hemos recuperado un trocito de la historia de un edificio que en 1942 nació para ser un balneario dónde los visitantes de aquella época iban a disfrutar de baños de algas frente al mar cantábrico, algo que en ese momento estaba muy de moda entre las clases más pudientes. Nace cómo un ambicioso proyecto aunque unos años más tarde se convertirá en hotel ya que el éxito del turismo de bienestar no dió el resultado que se hubiera esperado. Desde 1957 el hotel sufre numerosas modificaciones ampliando el número de habitaciones y mejoras para satisfacer el incremento de visitantes a la ciudad castreña. Durante seis años se seguirá dotando de mejoras al hotel y se crea un restaurante, en el que seguro que muchos habitantes de la ciudad han degustado un ración de rabas frente a la playa de Brazomar.
Su estética exterior también fue cambiando, en el origen era de color blanco pero posteriormente la fachada se revistió de un color oscuro, color que ha mantenido hasta el final de sus días.
El ayuntamiento castreño fue quién decidió la construcción del hotel Miramar, con la mano de obra de presos políticos, el organismo era quién concedía los arrendamientos del hotel, la primera familia que lo gestionó fueron los Alonso, que lo hicieron con una renta que no superaba las mil pesetas, más tarde fue pasando a otras manos que lo fueron dejando por no obtener los beneficios esperados. Posteriormente el Ayuntamiento solicitó el uso de dominio publico marítimo terrestre y el Gobierno de España se lo concedió, tras éste trámite se saca la subasta pública que ganó el castreño Ramón Peña por 310.000 pesetas, más tarde volvió a manos de la familia Alonso, éstos fueron sus actuales propietarios hasta el final de sus días.
Los bailes que se celebraban en sus principios, al que acudían los jóvenes castreños fueron dando paso a celebraciones de bodas, comuniones y bautizos, siendo muy atractiva su ubicación y su gastronomía. Pero además formaba parte de los veraneantes que acudían a la playa y tras una jornada de sol y baños decidían tomar algún refrigerio en su interior, los chavales compraban chucherías en la tiendita que había en uno de sus laterales, y las raciones de sabrosos aperitívos salian de las cocinas sin parar para saciar el hambre playero.
Su principal enemigo eran los temporales, a la llegada del invierno las olas y el salitre azotaban la cristalera y ocasionaban numerosos destrozos que se arreglaban una y otra vez esperando que un nuevo temporal volviera a destrozarlo. Pero la burocrácia también ha sido uno de los factores por los que éste histórico edificio ha desaparecido, ya que en 2008 el Gobierno de Cantabria decide suspender la concesión y comienza una lucha legal con la familia propiertaria. Finalmente, el Ministerio de Medio Ambiente aprobó su demolición, y en 2013 la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo dictaminaron que el hotel debía ser derribado. Así se acababa con 78 años de historia.
A pesar de existir una plataforma ciudadana que ha intentado por varios medios evitar su demolición intentando que se dotará de nuevos usos y se rehabilitaran las instalaciones, ha sido en vano, creando hoy un gran vacío en los castreños. Durante éstos días en las calles sólo se escuchan tristes palabras hacía ese trocito de la vida del municipio, la gente evoca sus recuerdos, se planta frente a los escombros que las máquinas generan sin piedad, e incluso se les escapan algunas lágrimas de nostalgia, seguro que se acuerdan de aquellos pasodobles, de aquellas orquestas, de aquellas rabas, que ya sólo permanecerán en sus recuerdos.